Continuación del relato "Tierra de exilio" de Andrés Rivera.
"Tierra de exilio", Andrés Rivera, Alfaguara, Buenos Aires, 2000.
"_¿Me da algo?
El hombre de setenta años mira a los chicos -cuatro o cinco o seis- que se agolpan frente a la casa, que tiritan en la tarde de invierno, y que levantan sus pequeñas caras oscuras y frágiles hacia él, el hombre de setenta años, silencioso y en calma, por primera vez en calma en no sabe cuánto tiempo. Y los chicos, cuyas carnes magras, y cuyos huesos tiritan bajo los pulóveres mugrientos, miran, inmóviles y silenciosos, al hombre de setenta años, después de que uno de ellos murmuró, como avergonzado, me da algo, esperan que el hombre de setenta años vele la luz helada de sus ojos y sea por un largo, largo instante, generoso."
El hombre de setenta años vuelve a mirar a los chicos -cuatro o cinco o seis- que esperan una respuesta con los ojos y algo con las manos extendidas, manos sucias, frías, tristes. Él saca su mano derecha del tibio bolsillo, la abre muy lentamente, le duelen los dedos y mira los callos que delatan el paso del tiempo; su piel está seca y duele. Por primera vez en mucho tiempo su mano derecha tiembla- La mano derecha tiembla.
Como un resplandor vuelve a ese momento que se ha repetido en su mente una y otra vez. No hay calma. No hay tiempo. Ahora está en ese momento.
El hombre de setenta años en este instante eterno no tiene setenta años. Su mano no tiembla. su mano sostiene firmemente un arma y apunta y dispara. Hace frío y él se escucha respirar agitado, respiración de toro antes de la embestida. Escucha el cuerpo caer al fango; allí queda,
en un charco de sangre oscura que crece mientras él gira. Ya no es ella, es sólo un cuerpo en el fango. La sangre ilumina como un flash esa tarde en blanco y negro, como un flash rojo furioso. Es una tarde de venganza. Hay dolor, hay llanto, hay gritos que se ahogan. Hay recuerdos del amor pasado, el amor traicionero y sin ley. La mano ya no está firme, tiemble y la pistola cae, allí ...cerca del cuerpo, cerca de la sangre, en el fango. Todo está nublado en su mente, no hay pesar ni calma. Hace frío, lágrimas recorren sus mejillas de hielo. El mundo es ese momento, ese lugar, esa mujer que ya no es ella, es sólo un cuerpo en el fango. Se va, con un andar lento y culposo, un andar de no ir a ninguna parte, un andar sin respiración ni tiempo. Y el tiempo se detuvoentre sollozos y nubes en los ojos, los ojos fueronvelados por una luz helada como sus mejillas y ya no volvieron a ver.
Ahora el hombre vuelve a tener setenta años.
Los chicos lo observan como si no estuviera allí, lo ven con los ojos llenos de hambre, frío, calma. El más pequeño de ellos levanta su mano y le toca el pantalón, quizá con el contacto pueda despertarlo del letargo, quizá puedan ayudar a este hombre solo, viejo, cansado de vivir, de corazón duro e impenetrable. El hombre de setenta años mira al nene a los ojos. Ha caído su velo y puede mirar a los ojos otra vez, siente qeu respira, siente que está vivo, siente que siente. Extiende su brazo y le da la mano, su mano derecha.
Hay tiempo otra vez. La mano derecha no tiembla y fiorme sostiene la manita,le pide que se levante. Todos los ojos miran la mueca que es su sonrisa.
-¿Me da algo?- murmura uno de los chicos.
-Vení chiquito- dice él, escuchando su voz como si fuese la de un desconocido, su voz ausente y sin pasión.
Abre la puerta de entrada, atraviesa el umbral con el nene, gira y llama a los otros que esperan lo inesperado. Ya no hay frío, ni hambre, ni soledad. El hombre de setenta años es por un largo, largo instante, generoso.
Ha caído la luz helada que velaba sus ojos. Y los desangelados, los desposeídos, los solos están juntos durante un largo, largo instante.
Ha vuelto la calma.
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